A nivel laboral empecé temprano, a los dieciséis años, cómo entrenadora de voleibol, árbitro, socorrista o monitora de niños. Todo me valía. Trabajar hacía que me sintiera útil, que me sintiera yo misma. Me emocionaba pensar que podía estar dejando pedacitos de mí en las personas con las que trabajaba y que eso les podía ayudar e incluso curar. 

 

Por otro lado, algo que también me mantuvo despierta siempre el afán de cuidarme de mi barriguita. Con 17 años me diagnosticaron intolerancia a lactosa, fructosa, colon irritable… Total, conocí la causa de mi dolor crónico y cólicos y no me quedó otro remedio que buscar cobijo en los hábitos saludables: comer sano, moverme y aceptar llevar ese lastre encima. Poco me esperaba yo que esto me ayudaría a empatizar mejor con los pacientes y saber buscar estrategias para gestionar una condición distinta al resto. 

 

Mi vida se ha basado siempre en sembrar y sembrar. He sido muy afortunada por poder recoger aprendizajes de cada instante desde que empecé en mi profesión. 

 

Llegados a este punto no os sorprenderá que quisiera licenciarme en Ciencias de la Actividad física y el Deporte. No fue fácil. Conseguir entrar a INEFC, poder estudiar en Inglaterra, cursar el máster y compaginarlo con el trabajo, fue todo un reto. 

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Al terminar la carrera y el máster, pensé que ya había conseguido lo que quería, pero no fue así. Estaba tratando ya un buen volumen de pacientes cómo entrenadora, pero sentía que no daba un tratamiento cómo a mí me gustaría. Yo quería estar a las buenas y a las malas con la persona que me había brindado su confianza. Quería diseñar un tratamiento para toda la vida. Quería crear una manera de entrenar dónde la gente no tuviera que dejar nunca de moverse. 

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El mundo de las lesiones es un mundo muy duro del que pocos hablan. Y del mundo de la prevención, aún menos. Decirle a una persona que no entrene, no debería ser la forma de rehabilitar a nadie. Yo me baso en encontrar el movimiento que no genere dolor y empezar a diseñar la nueva versión del paciente. 

 

Es por eso que sentía el compromiso de seguirme formando, transmitir y mejorar estilos de vida y crear esa complicidad terapéutica. 

 

Creo que por eso me planté un día en casa y solté a mi familia y amigos, “me pongo a estudiar Fisioterapia”.

No sé por qué, no se sorprendieron.

Siempre los había visto como magos, curando con las manos. Yo quería ser una más. 

 

Los siguientes cuatro años fueron los más duros de mi vida; a nivel económico, personal y social. Toda mi vida giró en torno a conseguir ese graduado. Había noches que debía elegir entre dormir o estudiar. Me ponía las clases en audio mientras me desplazaba para aprovechar el tiempo. Comía tuppers en el metro a la vez que planteaba las planificaciones de entrenamiento.

 

Me volví una máquina de aprender para poder llegar a todo, no me podía permitir dejar el trabajo ni a los pacientes que había conseguido. Me olvidé del mundo porque me obcequé en que quería conseguir ser fisioterapeuta cuanto antes. 

 

Perdí algunos amigos en el camino por falta de tiempo. De eso me arrepiento, y mucho. También desarrollé un TOC (trastorno obsesivo compulsivo) del que por fin hoy puedo hablar sin culpa ni vergüenza. El estrés estaba acabando conmigo, pero siempre eran más las ganas que el sufrimiento.

 

Y sucedió, después de todo ese esfuerzo, conseguí graduarme y sentir esa paz.

 

Ya antes de acabar la carrera estaba llevando pacientes complejos. Atletas de alto rendimiento, pacientes con patologías complicadas. Fue un conjunto de estos pacientes los que hicieron que decidiera mi especialidad. Me gusta mucho el mundo de la cadera, del core, de la conexión con esta área, de la movilidad de sus articulaciones y musculatura, de su funcionalidad. Me fascina. Y si lo aplicamos al mundo de la mujer ya pierdo el norte.

Somos un sistema maravillosamente complejo y merecemos de un trato singular y especial. Poca gente tenemos como referentes en el campo de entrenamiento y fisioterapia femenina actualmente y quiero ser una de las primeras en mostrar al mundo que las diferencias nos hacen aún más potentes y fuertes de lo que pensamos. Entrenamiento según fase del período, si tienes endometriosis, si has tenido alguna patología reumatoide... Todo un mundo por ir descubriendo. 

 

Aún recuerdo el día que mi profesor de la universidad de INEFC me envió un email con la propuesta de colaborar con ellos haciendo algunas clases y publicando en algunas revistas deportivas, os aseguro que para mí fue como soñar despierta. Volvía a mi uni, pero de profe.

 

Ahora, después de llevar más de diez años entrenando a personas de diversos ámbitos e integrando mis conocimientos como fisioterapeuta, no veo el momento de compartir todo lo vivido y lo que queda por vivir. De ahí la apertura de nuestro propio centro en diciembre de 2024, abriendo las puertas del TEAM ALBA MELLADO, en Castelldefels. Un hermoso espacio diseñado para gente como tú del que no me puedo despegar ni un día. 

 

Como veis, la paz dura lo que dura cuando tu vocación es un poco desmedida. 

Ahora sigo mi formación a través de cursos, seminarios y talleres. Y, sobre todo, a través de las colaboradoras en el centro: Andrea son suelo pélvico, Natalia con nutrición, Ana Panizo con estética...

Sin cansarnos nunca de visitar compañeros de profesión e ir a congresos para estar siempre a la última en nuevas tendencias. 

 

Así que prepárate porque cada día es solo el inicio de algo maravilloso que está por acontecer. 

 

Vivo todo lo que hago con mucha pasión, entrega, dinamismo y compromiso. Mi reto es transmitir esas emociones a mis pacientes para que las vivan conmigo.

 

Mis próximos proyectos pasan por digitalizar todo este método de entrenamiento y fisioterapia y seguir cuidando esta comunidad de pacientes maravillosos para asegurar salud, rendimiento y, sobre todo, mucho amor y compromiso. 

 

Te invito a que mejores tu vida, a que la muevas conmigo. 

 

¡Bienvenida!